jueves, 8 de julio de 2010

telaraña

“Yo sé que es en parte mi culpa, pero es que ella es tan demandante, no sé cómo decirle que no, cómo dejarla esperando”.

El cliente me decía eso mientras en el teléfono celular a la llamada de su dueña; apurado, torpe de tanta prisa, asustado; rezaba una oración secreta para que ella no se hubiera enojado, la rezaba como uno canta la canción de cuna que le cantaban de niño: labios adentro, canta la lengua, cantan los dientes, cantan apenas las cuerdas vocales.

Y yo que pienso hasta qué punto lejano, inhallable en la línea del horizonte algunos necesitamos ser necesitados; pese a los lamentos, pese a las quejas, la llamada que pide auxilio, atención, cuidados, no salva al que la hace; salva al que la recibe. Del otro lado de la línea telefónica que divide a la ciudad, se encuentran los otros, los necesitados, los carentes, los mendicantes, que con más o menos sentimiento de culpa liberan sus señales de humo, con más o menos conciencia de su funcionalidad, sabiendo o intuyendo que su necesidad de ser socorridos es de una importancia vital para quien la sacia.

Todos navegamos entre ambas orillas, oscilamos entre ambas máscaras de la necesidad. Necesitar y ser necesitados, un diálogo mudo entre dos ausencias, dos faltas igualmente intolerables.

Como vos, que me llamabas para que te consolase, como vos, que sólo hablabas de vos, de tus ausencias, de tus faltas y tus necesidades. Como yo, que llamo a alguien más para ver si puede rescatarme.

Este hombre se comunica finalmente con su dama, se aleja del mostrador que compartíamos, se retira hacia un costado del negocio a verbalizar como puede esa oración silenciosa que le pertenece, se oculta para escuchar con más atención qué es lo que ella necesita, cómo puede ayudarla.

Después volverá, y se quejará brevemente de tan arduo trabajo.

Yo lo voy a escuchar con la mirada perdida en el teléfono, perdida en la línea que divide a la ciudad, perdida entre los números, tratando de recordar exactamente por qué vos ya no me necesitás, por qué ya nunca más me vas a llamar.

1 comentario:

  1. delgadísima la línea. a veces casi invisible. pero qué bueno que se puso este blog, che

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