lunes, 4 de julio de 2011

el diario a diario

ANUNCIAN ESCASEZ DE GAS EN LOS HOGARES PORTEÑOS

Eso decía en su tapa el diario del cornetín militar y, después de leer el titular, supe, como si fuese una pitonisa con suerte, qué iba a pasar ese día. Con una precisión neuricirujánica (palabra que invento, a ver si compenso un poco todas las que mato) supe que en un momento no lejano de la mañana Silvia Coto iba a trasponer el pesado blindex de la farmacia, iba a comprarme el antidiarreico o el antiinflamatorio o el antiespasmódico o el sedante que compra con pasmosa regularidad (intuyo que cada una de las cosas que le vendo le produce la necesidad de otra, recreando así el viejo morderse la cola de una serpiente empastillada hasta las escamas) e iba a decirme con una desgraciada serenidad: “Es que en casa hace un frío de locos, porque no hay nada de presión de gas”.
No tuve que esperar mucho para que lo vaticinado se cumpliera con una exactitud de esas que generan desconfianza. Hoy fue el antidiarreico y el comentario, a lo mejor, agregó una coma entre “presión” y “de gas”; o tal vez la pausa haya sido ocasionada por la congestión pulmonar que el desabastecimiento calefaccionístico (sigo con el tema de la inventiva, aunque no sean muy originales, estas palabras cuentan como neologismos, y mi objetivo es una balanza comercial equilibrada, entre el idioma y yo) ya le estaba provocando y que, de paso, certificaba eso del:

RÉCORD DE AFECTADOS POR LA GRIPE

que anunciaba la página 24 del mismo matutino.

La lógica literaria que incumplo sistemáticamente, indica, sin embargo, que debería tratar de caracterizar primero a Silvia Coto, a quien originalmente llamábamos “changuito” y ahora, en general, le decimos simplemente Coto. Silvia lleva ese apellido improvisado no porque sea parte de la familia de las vacas y los hipermercados, no, lo lleva por pertenencia diaria, por rutina, porque Silvia Coto dos veces por día, una antes del mediodía y otra antes de la cena, se dirige a su supermercado homónimo, provista de su changuito (de ahí el apelativo anterior) y compra cosas que no podríamos precisar, más que nada, porque no nos interesa hacerlo. Llueva, truene o relampaguee, dos veces por día camina las cuatro cuadras que la separan del templo de los víveres y dos veces por día vuelve, indignada por unos precios que, de creerle, debería afirmar que suben por minuto. Silvia Coto, además de la cliente estrella del supermercado, es, de todas las personas que conozco, en la que más distancia hay entre la edad que aparenta tener y la edad que verdaderamente tiene, porque aparenta más de setenta y tiene apenas cincuenta, y no exagero en ninguno de los dos extremos. De todos modos, no quiero hablar en esta oportunidad de esa brecha que, cual foso de castillo feudal, se ha ido agrandando y llenando presumiblemente de cocodrilos y tal vez algunos dragones con el correr de los años, no. Hoy traigo a colación a Silvia Coto porque es el ejemplo más flagrante que conozco de una patología que, a falta de otra denominación homologada por ese auténtico bestiario moderno que pretende ser el DSM IV, he dado en llamar “hipocondría noticiosa”. Porque, debería aclararlo, a Silvia Coto siempre le pasa lo que dice el diario. Un siempre tan grande, que a veces da miedo, como dan miedo las cosas que se repiten con regularidad metronómica (cómo estoy innovando la lengua, hoy).
Redundar en ejemplos es lo mío, y así como el público ansioso espera el solo de trompeta del virtuoso jazzero, o la pirueta inútil del delantero habilidoso, yo me siento en la obligación de brindarles a mis lectores imposibles un sinfín (o “confín”, no hay que asustarse por la exageración, aunque creo que “confín” significa otra cosa) de situaciones que ilustran todo lo que dije anteriormente. Entonces:

NO HAY BILLETES DE $100 EN LOS CAJEROS

decía el titular, y ¿qué lamentaba como en una endecha mi patológica clienta? Que le habían pagado en billetes de $50.

DENUNCIAN IRREGULARIDADES EN LAS ELECCIONES

justo, justo en el cuarto oscuro no había boletas del partido al que ella quería votar, por eso tuvo que votar al candidato de la corriente ideológica exactamente opuesta.

ALERTAN SOBRE NUEVA MODALIDAD DE ROBO: LOS MOTOCHORROS

un sospechoso individuo trató de arrebatarle, o eso le pareció, el changuito, vacío, cuando iba hacia Coto.

EL CAFÉ PRODUCIRÍA CÁNCER DE ESTÓMAGO

desde el café con leche del desayuno ella está con una acidez inexplicable, y preocupante.

Y así en un etcétera que produce preocupación, hastío y, por qué no, una ligera angustia. Silvia Coto encarna el titular a diario y estoy segura de que hay alguna cajera del supermercado que, como yo, se pregunta qué tanto habrá de cierto en esa mímesis informativa que se nos presenta todos los días, en ese periódico primopersonal y parlante. Y, como yo, seguramente, se debe haber contestado que Silvia Coto es la mismísima encarnación de la sugestión informativo-doméstica (bueno, acepto que a lo mejor la cajera no usa exactamente estas palabras).
Pero no hay que creer que desestimo las consideraciones de mi clienta porque sí, o que no las sopesé en algún momento, considerando qué había de cierto en lo que ahora llamo su hipocondría. El problema es que las otras opciones que me quedaban, si saco a la patología, implican riesgos; la primera cae por el contundente y pesado peso de todo lo que es palmariamente incorrecto: esta opción estaría dada por la posibilidad de que el diario esté diciendo la verdad y le haya tomado el pulso no ya a toda la población sino a cada uno de sus particulares. El hecho es que ningún diario nunca dice ni ha dicho nada parecido ni remotamente a la verdad, y que en este particular momento histórico, si la mentira aceptara matices, podríamos decir que el diario que lee Silvia Coto miente como si fuese la corporización real que genera la sombra del concepto “mentira” en las paredes de la caverna platónica. Y creo que a lo mejor no exagero.
La otra opción, como siempre para mí es una opción, es la de la conspiración. Que no sea Silvia Coto la que imita al diario, sino el diario el que copia lo que le pasa a Silvia Coto, porque la está espiando, porque la está controlando, porque la tiene vigilada. Esta opción la descarto porque el hecho de que espíen a Silvia Coto, eventualmente y por algunos procedimientos cuya lógica no llego a entender, termina siempre derivando en que, en realidad, están buscando espiarme a mí, y eso me provoca vértigo y lo tengo prohibido por prescripción médica.
Una tercera opción, morigerante y morigerada me invitaría a considerar que Silvia Coto quizás sea justo el tester que elige el diario, el individuo que resume las características del promedio, y que es por eso que las noticias son como su diario, más que íntimo, público. Y que la distorsión respecto de la realidad general se produce, entonces, no por la animadversión políticamente intencionada de los titiriteros que manejan el periódico, sino por el mismo mecanismo que llevaría a errores, por ejemplo, en el índice de contaminación ambiental si el sensor estuviese puesto, vaya casualidad, en el escape de un camión mercedes benz 1114 de la década del 70. Esa opción la descarto, no por delirante, como me ha sido sugerido, sino por tibia, por mesurada, por medida.
La opción que resta es entonces la que adopto: Silvia Coto, todos los días, en mi hipótesis, recibe el diario por la mañana convertida en una tabula rasa a la que nada le afecta; las noticias del día anterior son recuerdos más antiguos y vagos, incluso, que el código de Hammurabi, como un temporal de viento que está muy, muy lejos del valle en el que ella desayuna con calma. De golpe, algo lee que la transita de arriba a abajo, la recorre. El siguiente momento de mi hipótesis, ya la encuentra en la calle, muñida de su chango, sintiendo cómo cae la bolsa adentro suyo, cómo hallaron a una mujer muerta en un baldío de Ensenada, cómo Meryl Streep o Glenn Close (nunca sé cuál es cuál, así que supongo que Silvia Coto tampoco) son firmes candidatas al óscar, cómo el técnico del equipo revelación del campeonato no va a anunciar la formación antes del clásico. Todo eso siente Silvia Coto cuando entra a la farmacia y dice fuerte, en mayúsculas, en letra de molde de ser necesario que hay un

CAOS VEHICULAR POR EL PARO DE TRENES

y compra el antiespasmódico que necesita para paliar los dolores que le produce el antidiarreico y se va. Y yo no necesito ni pensar qué es lo que le afecta del tránsito si Coto queda a tres cuadras y el changuito, que yo sepa, todavía va por la vereda. Yo entiendo inmediatamente que a cada cual su forma de encarnar la literatura: a ella le tocó vivir el pasquín, y yo también tengo mis lecturas hipnotizadoras, las que me dicen qué hacer, y que si me dicen que salte como un conejo, salto, y si me dicen “cacareá”, cacareo.

En cualquier caso, no siempre le tengo tanta paciencia a Cotito (como le decimos a veces, cariñosamente), y en muchas oportunidades, después de escuchar sus lamentos titulares, me limito a desear intensamente que algo la deposite bien lejos, en la estratósfera de ser posible, la próxima vez que

PONEN EN ÓRBITA UN NUEVO SATÉLITE METEOROLÓGICO

En el diario no hablaban de ti, Sabina. En el diario no hablaban de ti ni de mí, a lo mejor. Pero parece que hablaban de Cotito, eso sí.

3 comentarios:

  1. dicen que en la tapa de hoy publicaron 'OTRO SUCIO TRAPO ROJO SE IZA EN BLOGGER.COM'

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  2. Puff, y pensar que hay tantos que sufren de "hipocondría noticiosa".
    ¡Agradezcamos que no van todos a la misma farmacia!
    Lo que sí es muy preocupante es que, como Cotito(¿puedo decirle así yo también?), todas esas personas votan.


    ¡Excelente post! Realmente muy pero muy bueno.
    Abrazo,
    Beroldo

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  3. amiga, hay algo, reducido a lo estrictamente personal, que me aqueja, y en demasía: el infame parecido entre cotito y mi madre. ¡un horror!
    entonces me pregunto: ¿qué hacer con mi pequeña coto en el núcleo del seno familiar? es algo que tras el paso de los años, no hemos, ni mis hermanos ni yo, podido resolver. algo que mi padre, soluciona, o, mejor, cree hacerlo, con un vago: 'es así'. y, luego de haber disfrutado y padecido eléctricamente tu entretenido, delicioso, picante racconto, me disculpo por la intromisión de mi queja biográfica.

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