sábado, 4 de diciembre de 2010

museo

Frecuentemente, este juego que comienzo a diario se me vuelve complejo por demás, frecuentemente se requiere de mí la paciencia del viejo relojero, encerrado, a la luz de una lámpara única y escasa, procurando rearmar el tiempo. A menudo se me arrojan al mostrador una serie de datos extraños, complejos datos separados, cercenados del todo ¿coherente? en el que por naturaleza están insertos; como un rompecabezas, pequeñas fichas solitarias que por sí solas carecen de sentido. Un hombre intenta sintetizarme su vida y comienza diciendo: yo vine de tucumán en la época del proceso, ya estaba casado, entonces a mi hijo menor lo echaron de entel después de la privatización, y el otro, carlos, que es ingeniero maneja un remis, en el monte, el erp era peligroso, pero más peligroso es ese seineldín al que ahora le hacen propaganda, mi vieja me decía siempre que tuviera cuidado con tipos así pero ella se refería a la perona, hoy es como si todos fuesen el viejo lopez rega, mi cuñado era igualito a ese brujo de mierda.
Así, todo mezclado y confuso, así tengo yo que reorganizar la información para intentar un texto mínimamente lógico, ir probando uno tras otro diversos órdenes posibles entre los muchos datos. ¿Qué vino primero?, ¿el monte, el erp o el cuñado?, ¿qué, después?, ¿seineldín, entel o el remisero? ¿Cuál es el cuento, el relato que tengo que interpretar después de todo eso que se me suelta?. Como ese señor, muchísimas personas me regalan su rompecabezas biográfico para que yo me entretenga un rato, para que después de que me abandonan me quede pensando en cómo reorganizar la información, me quede pensando en el orden de una debacle personal, o me quede pensando en la historia nacional, por ejemplo; para que después yo me quede sola entre tanto retazo tratando de resistir al mareo que sube desde adentro.
Lo mismo hago yo con mi texto: ofrezco al que tolere su lectura mi propio laberinto de explicaciones; como un archivo de anécdotas plagado de pasillos ciegos, de vueltas improductivas; repletas de cuadros quietos las paredes, altísimas paredes superpobladas de cuadritos que ilustran mi monocorde tristeza. Al avezado, al tolerante, al casi santo que procure leerme (lisonjas merecidas, hay que creerlo) no puedo más que iluminarle algunas joyas puntuales, un par de garabatos confusos que se han convertido con el tiempo en mi tesoro de limosnas, fragmentos de cristales de botellas, pedazos de piedra de la plaza en la que nunca jugué, en la que ya no jugaré porque la infancia me vedó la entrada. En esa galería de resignaciones varias estoy toda yo, está mi vida entera esperando ser contemplada. Nada de viejo relojero recomponiendo el tiempo no registrado, en realidad soy el cuidador de un museo abandonado, secretamente encantado por tanta obra a la sólo yo le velo el sueño, secretamente nostálgico por no saber cómo compartirla; estos textos son la manta que tejo para redimirme, como si con una luz mortecina tratara de iluminar fragmentos, siguiendo la lógica íntima de mi capricho.
Otra vez estoy fabricando un discurso inconexo, un collage, un rejunte; otra vez yo y mi basurero; otra vez el terreno baldío que juega a ser un museo.
Una señora me relata la vida de sus hijos, de sus padres, de los próceres argentinos, no importa, no se entiende, no es necesario entender las palabras para seguirla en su recorrido personal por el museo de su mente.
Todos dejamos un sendero de migas del pan nuestro de cada día a cada paso, para ver si podemos volver a pasar por los paisajes que la memoria nos va clausurando; todos dejamos un sendero de migas de pan a nuestro paso, para ver si alguien quiere seguirnos, alguien pisando nuestras huellas, viendo a ver si le quedan, a ver si su pie es idéntico al de un desconocido, alguien que quiera ser encerrado para pasar un tiempo en mi museo, que se deje pasear al menos por un rato, alguien que siga mi rastro y que se ofrezca a ser desconcertado.

2 comentarios:

  1. la palabra en el poema. un laberinto que es un terreno baldío es la palabra en el poema.

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  2. Por favor, siga dejando el sendero lleno de palabras. Ofrezca ese collage para que nosotros, los lectores, le construyamos nuevos sentidos.
    Primera vez que entro a este terreno baldío. Definitivamente, no la última.

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