martes, 15 de marzo de 2011

indigente

“Antes, muy pero muy atrás en el tiempo, así como me ve yo tenía un buen pasar, una casa con jardín en Ramos Mejía, un plato de comida seguro, y un trabajo que no me gustaba, pero me dejaba vivir con algunas comodidades. Después vino el año ochenta y nueve, la hiperinflación y mi trabajo en una empresa deudora de bancos extranjeros, al igual que todas las otras cosas de esta bendita patria, se desmoronó. Durante un tiempo largo anduve como bola sin manija, a veces lloraba por la gloria perdida, a veces, incluso, pensé en matarme y de una vez por todas dejar de ser un peso muerto para mi familia. Sin embargo, poco a poco, y pese a que no soy de naturaleza positiva, empecé a notar que junto con todos los problemas que me habían nacido con la miseria, había otra serie de desgracias en las que yo no pensaba. Vea usted, resulta que mientras yo tenía trabajo y un futuro supuestamente asegurado, solía hacerme problemas enormes por las cosas más estúpidas, sobre el rumbo que había tomado mi vida, sobre por qué siempre recibía menos de lo que merecía, sobre si este o aquella me querían verdaderamente, sobre la luz, el gas, entel, los impuestos, sobre cómo mi vida (que no tenía absolutamente nada de malo, en realidad) no estaba a la altura de mis expectativas. Con la pobreza, sin embargo, el tiempo resultó ser otro, con la resignación, descubrí un montón de posibilidades. No tenía ni tengo un cobre, ni un solo peso partido al medio, sí, eso es cierto, pero tampoco tenía ni tengo ya esas preocupaciones. Ahora me paso todo el tiempo pensando en cómo voy a hacer para comer dentro de un rato, me paso todo el tiempo buscando un lugar donde dormir más abrigado en invierno. Usted pensará ‘este tipo está loco, dice que es mejor no tener adónde caerse muerto’, y quizás tenga algo de razón, sí, quizás yo ya no esté en mis cabales; pero me siento mucho mejor, sí, me siento mucho mejor que cuando pensaba que mi vida era una cagada (disculpe la expresión) por motivos que no sabía cuáles eran. Me siento mucho mejor que cuando gastaba el mismo tiempo que ahora gasto en pensar cómo voy a hacer para morfar, en pensar cuál era el sentido de mi vida, en qué había fallado, por qué no era ese ser humano espléndido que siempre soñé ser.
Quizás sean los años, ya sé, quizás es que ahora ya soy un viejo de sesenta y largos que aprendió a vivir lo que le tocó, puede ser, pero usted sabe tanto como yo que hay gente de mi edad que sigue sin tolerar su vida, que se tienen que llenar de esas pastillitas porque la angustia no los deja dormir; usted no va a creerme, quizás; usted va a decir qué conformista es este tipo; y puede ser, sí, puede ser que yo sea un vago al que lo que le gusta es que le hayan sacado la tortura del laburo; puede ser que esté mal. Pero esta pobreza es mi mejor forma de soportar la vida. Y no me parece muy triste que digamos, en realidad me gusta bastante ser como soy.
Lo que le quiero decir con esto es que no se preocupe demasiado por su vida, que no esté con esa cara larga por cosas que no valen la pena; lo que le quiero decir es que se cuide, porque si se queja tanto ahora, después puede venirle el hambre, puede venirle la enfermedad o la falta de trabajo, y ahí, entonces, de qué se va a quejar. Porque no se equivoque, a mí la pobreza me arregló la vida, pero esto no es para cualquiera, hay muchos que no lo pueden soportar, es un trabajo difícil mantenerse a flote a veces, hay mucha porquería dando vueltas.
Bueno, mi amiga, ¿me va a ayudar con dos pesitos?; yo le dije toda la verdad, no me gusta engañar a la gente”.

Y yo, que pienso en qué clase de ayuda me brindó este hombre, que pienso en qué voy a hacer con todo lo que me dijo, que pienso en qué voy a hacer con vos, que no sos un problema tan grave como la indigencia, conmigo que no sé lo que es la miseria, con mi vida que no está tan necesitada; que pienso en para qué seguir escribiendo y me doy cuenta de que todos necesitamos nuestras carencias. Pienso en mí mientras este hombre me habla, y en cómo la pregunta de cómo hacer para pagar el gas la semana que viene me ahorra otras tantas; pienso en que cuando no tenía mis preocupaciones monetarias, hace no mucho, cuando vivía mi existencia acomodada de hija de la clase media pudiente, cuando no me interesaban los vencimientos y tenía siempre plata en el bolsillo, y buscaba la forma más rápida de gastarla, recorría los cien barrios porteños buscando la pala que me permitiera aspirarme la culpa de no carecer de nada. O algo así, porque no me importa demasiado saber qué quería encontrar cuando buscaba durante horas un dealer que tuviera algo, eso se lo dejo a los psicólogos, esa gente que, exactamente igual que yo, no sabe absolutamente nada de mi persona, y a la que, como a mí, en realidad yo no le importo en lo más mínimo. Me quedo con la idea intelectualmente vaga (no tengo ganas de pensar en eso) de que tomaba toda esa cocaína simplemente porque podía hacerlo, y que si ahora no lo hago, no es porque alguna herida mental haya sanado o porque algún depósito de angustia se me haya obturado, no, cambié la merca por la factura del gas pagada sobre el estante de la biblioteca, en algún momento tomé una decisión de la que no fui testigo; así como algunos huyeron de Europa hacia América buscando olvidar la heroína (sí, Luca, te estoy mencionando, me emociona poder nombrarte aunque sea en este texto extraño y sin valor), yo me fui de la casa de mis viejos y, sin quererlo intencionalmente, dejé ahí la cocaína. No soy una adicta perdida, porque ya no tengo el dinero para serlo, porque tendría que tener veinte trabajos para mantenerme a mí y a mi descomunal vicio.
Otra vez la carencia que suma tranquilidades al alma; este hombre que se aferra a la pobreza como a una tabla de salvación, es igual a mí, que descanso del peso de las preguntas imposibles sobre la página en blanco, a mí, que hasta la merca me abandonó por insolvente, como a él lo abandonaron las dudas existenciales improductivas.
De elegirse un sacrificio, se trata, de inmolarse de a poco -y sin plata- para evitarnos ciertas torturas.
Le ofrezco los dos pesos al hombre y me parece un precio irrisorio para pagar por su maravilloso descubrimiento. Con mis dos pesos se van él y algunas incógnitas más: ¿habría algo cierto en esa historia sobre su vida? Me volví descartando desconfianzas, después de todo a quién le importa una irrelevancia tan minúscula como la verdad. Esa incerteza, sin embargo, creo entrever, funciona de manera idéntica a la pobreza, no sirve para todos, pero a algunos nos salva.

Hay una canción que me gusta mucho y que dice que “Sin dinero no puedo pensar”, menos mal, agrego yo en el intersticio que me deja el fin del estribillo, quién quiere hacerlo todo el tiempo.

1 comentario:

  1. Y ahora soy yo la que pienso en qué voy a hacer con todo lo que acabo de leer.
    Supongo que comenzar con un: gracias por el texto, no está nada mal.
    Después de todo, es posible que no llegue a ninguna certeza trascendental (¿certeza trascendental? ¿será un oxímoron?)
    De todos modos "a quién le importa una irrelevancia tan minúscula como la verdad".


    ¡Saludos!
    Beroldo

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