lunes, 26 de julio de 2010

mudo

Una gran paradoja para mí ha sido siempre el hecho de que me gustaran las novelas policiales. En sí misma, como concepto incluso, esa afición es –depende el día- o una paradoja curiosa u otra prueba más de mi brutal esquizofrenia. Porque el hecho es que detesto a los policías, digo más: detesto a todo lo que tenga que ver con las fuerzas del orden, y ni una sola cosa de toda su vida institucional me parece a mí, dada como soy a las exageraciones, hiperbólica, como diría mi amiga Analía, digna de ser rescatada del infierno de fuego y devastación en el que sumiría a toda esa manga de palurdos y/o pedazos grandes de hijos de puta sin siquiera dudarlo un instante, sin siquiera uno de los accesos de culpa a los que me tengo tan acostumbrada.
Realmente, y volviendo del arco hiperbólico incendiario en el que me perdí entusiasmada, considero a todo policía, no sólo a los grandes jerarcas de la fuerza, como un ser, ante todo, vocacional y personalmente execrable. Mi gusto por las novelas policiales, entonces, es el primero de los misterios sobre los que se me da por pensar ahora. El segundo, sin embargo, es mucho más interesante. Vehiculizados por la palabra "misterio" y por los pasillos oscuros de mi asociación libre, mis ojos fueron a posarse sobre el vértice exacto de la esquina que se ofrece a las puertas mismas de la farmacia. Allí, inamovible como siempre, parado como siempre y expectante como siempre, el mudo de siempre espera el advenimiento de eso que… nunca.
Voy a explicar la situación como la explicaría el torpe detective destinado a ser humillado más adelante por uno mucho más brillante, por el héroe.
El mudo es, en este caso particular, la forma poco políticamente correcta e INADI’s unnfriendly con la que hago referencia a un señor al que conozco desde hace años y que desde hace años también pasa frecuentemente por la farmacia, que tiene la característica particular de ser mudo (a lo de la corrección política y el INADI debería agregarle, quizás, una feroz ausencia total de imaginación para poner los apodos). El mudo es en realidad sordomudo, y lo es de nacimiento o al menos desde muy pequeño, y lo sé no porque me lo haya dicho (chiste muy malo), sino porque desde hace años viene a comprar a la farmacia, no sólo con su sonrisa inagotable, sino con el pedido escrito en algún papel; eso por sí mismo no indica un mutismo eterno, lo sé, pero la forma en la que escribe sí lo hace. Verán, hace ya tiempo leí una de esas notas de nulo valor científico que explicaba pobrísimamente las particularidades que tenía la escritura a la que podían acceder los sordomudos de nacimiento; la nota habría caído en el olvido que seguramente merece, de no ser porque al poco rato entró a la farmacia el mudo y vi en el papel que me extendía, la teoría que desarrollaba la nota perfectamente plasmada. Un milagro de proporciones equiparables a leer una de esas boludeces sobre que “científicos de la universidad Massachusetts han demostrado que reírse ayuda a curar el cáncer”, y de golpe ver cómo un tumor se retrotrae rapidísimamente ante la sola mención de un: “primer acto, un argentino, un español y un alemán están en la cima de la torre de Pisa…”.
En fin, toda esta perorata para decir que el mudo escribe desordenado, al no escuchar la secuencia lineal de sonidos, le cuesta conservar la linealidad de los fonemas de las palabras. Por ejemplo, suele darme un papel en el que dice algo así:
B P N I
A Y S A
A I R
Esto significa Bayaspirina, sólo hay que reorganizar mínimamente las letras para entenderlo (y después de todo, pienso siempre, escribir es más o menos esa desorganización, ese desorden minusválido, pero no quiero irme aún más lejos por estas mismas ramas). Después, uno le escribe el importe en un papel (me temo que o él no es muy bueno leyendo labios o yo no soy muy buena modulando) y procede a pagar. Tristemente empiezo a comprobar desde hace un tiempo que el mudo ha perdido también buena parte de su vista, porque ya en varias oportunidades me ha traído papeles en los que no se leía nada; una de esas veces alcancé a distinguir las letras talladas en el papel con una birome que ya no andaba, pero varias otras oportunidades, no pude entender nada. Sobre llovido, mojado, pensé, se está convirtiendo en sí mismo en uno de esos chistes crueles que empiezan diciendo: “un ciego le dice a un mudo…” y que nunca pero nunca terminan bien.
El misterio que envuelve al mudo, sin embargo, es otro, nada tiene que ver con su anárquica –y ciertamente meritoria- capacidad escrituraria, tampoco está vinculada a qué será lo que lo está llevando a agigantar su soledad haciéndole también perder la visión (aunque de todos modos, espero sinceramente que no sean mis bayaspirinas), no. El mudo es para mí un misterio porque sigue parado en la esquina. Y no es que hoy se le haya dado por pararse ahí, el mudo desde hace años todos los santos o demonios días a eso del mediodía se para en la esquina con su pequeño maletín de cuero marrón en la mano derecha. Y se queda parado ahí. Y se queda parado ahí. Y se queda parado ahí. Hasta que en determinado momento, a eso de las dos y media, tres de la tarde, levanto mi vista desprevenida y ya no lo veo más. El misterio que llevo años tratando de resolver tiene muchas aristas, pasaré a enunciar algunas de ellas como el detective torpe que anhela que, por esta vez, Sherlock le perdone la vida y no lo haga quedar como un pelotudo antes de que termine el libro:
-¿qué espera el mudo?
-¿llega en algún momento lo que él está esperando o se aburre de esperar y se vuelve a su casa?
-si ya sabe que lo que espera llega después de las dos, ¿por qué no viene más tarde?
-¿qué tiene en el maletín?
Estos son solamente algunos de los interrogantes básicos que me asaltan a diario, como a diario también durante mucho tiempo me asaltó la esperanza de llegar a ver el momento exacto en el que al mudo lo pasan a buscar, o él termina de frustrarse o, yo qué sé, finalmente se decide a tomar alguno de los tres mil taxis que pasaron mientras tanto. Esperanza inútil si las hay, no importa cuánto tratara de concentrarme, siempre el mudo desaparecía en un momento en el que mi habitual distracción terminaba imponiéndoseme, y cuando volvía en mí, el mudo ya no estaba. Probé muchos métodos distintos para permanecer alerta, e incluso –lo confieso- un par de veces salí con alguna excusa inverosímil a la vereda para verlo más de cerca y encontrar algún indicio que me diera la pauta de qué es lo que estaba pasando; varias veces incluso lo saludé con una de mis modulaciones exageradas e ininteligibles a las que él respondió con su amabilidad acostumbrada. Nada. O bien el misterio es insondable, o bien, pese a tanto policial leído, no entiendo nada sobre pistas, huellas, datos, indicios y todas esas palabras.
Como siempre, ahí donde muere mi capacidad de concentración, nace mi inventiva, así que después de mucho tratar de capturar el momento exacto en el que el mudo resolvía mi intriga, después de mucho fallar irremediablemente, empecé a suponer y elaborar distintas posibilidades que fueron alternativa y sucesivamente erigiéndose en verdades absolutas sobre lo que estaba y está pasando con el mudo. Como padezco de un caso severo de enfermedad literaria, quizás pueda verse en las explicaciones/hipótesis/certezas inclaudicables, un cierto, digamos, “aire” que las vincula con algún género en particular; en todos los casos, dichas vinculaciones son tan casuales e intencionales como cualquier plagio.
Sci-fi: El mudo no es de este planeta. Sin ser un barrilete cósmico, puede muy bien ser una cometa intergaláctica. Todos los días se para en esta privilegiada esquina de Buenos Aires para comunicarse con los suyos y: a) ser abducido, b) enviar informes sobre nuestro planeta y el estado de sus recursos naturales o, c) ver y tomar nota de cómo los seres humanos pretendemos extinguirnos mutuamente manejando nuestros automóviles como auténticos dementes. Esta explicación no contempla demasiado la funcionalidad del maletín, porque dudo que los extraterrestres necesiten de documentación clasificada, dudo que los extraterrestres sean viejos burócratas soviéticos. De todos modos, dudo pero no descarto.
Policial: El mudo está siendo extorsionado. El maletín tiene el dinero que acalla diariamente a sus chantajistas. No es siempre el mismo maletín, sino un número indeterminado, tendiente al infinito. Las razones que motivan la maniobra extorsiva hunden sus raíces en el pasado parlante del mudo, que escribe desordenadamente para desconcertarme. Él sería, también, los científicos de la universidad de Massachusetts. Sí, todos ellos.
Romántico: Un desengaño amoroso ocurrido hace añares quitó al mudo la voluntad de hablar, con el tiempo la falta de voluntad se convirtió el imposibilidad absoluta (eso pasa siempre) y el mudo… enmudeció. Todos los días espera el regreso de su amada en la misma esquina en la que la vio por última vez, antes de que ella muriera/lo dejara/desapareciera misteriosamente (la opción a considerar como cierta dependerá de lo trágico que se encuentre mi espíritu ese día). El mudo sueña que con ella vuelvan las palabras.
Fantástico: El mudo es él y su doble, uno podría ser mudo y el otro quizás sea casi ciego. El hecho de que uno de los dos esté parado todos los días en la esquina no se explica, pero si un bondi en un evento desafortunado pisara a uno de ellos, digámosle William, lo más probable es que el otro también muriera, digámosle Wilson. Quizás esa sea la esperanza de William. Aunque el bondi quizás me pise inmediatamente después a mí, que estoy en la misma línea. Quizás esa sea la esperanza de Wilson. Quizás.
Absurdo: El mudo es Godot. Está esperando a Vladimir y a Estragón.

Podría seguir así hasta la aberración, aunque mucho me temo ya haber llegado a la aberración hace tiempo. Elijo terminar el hermoso juego de las posibilidades y declarar, de una vez por todas, mi terminante derrota: no sólo el misterio del mudo sobrevivió intacto a mis dotes deductivas, sino que hay un tercer misterio que también se me presenta como irresoluble: ¿quiero yo saber, en líneas generales, qué es lo que le pasa al mudo? ¿Quiero yo que se termine su novela y él se vaya para siempre a su planeta, a su casa o a su obra literaria? ¿O temo que tal cosa ocurra con la desesperación con la que podría temerse, por ejemplo, que el reloj ya no corra, que el sol ya no salga, que el dios ya no exista? ¿Depende de su presencia en esta esquina que el delgado y enmarañado hilo del (des)equilibrio cósmico no se rompa irreparablemente?
Tal y como ocurre siempre, los misterios en los que mi propia incapacidad es la protagonista me encuentran sin una sola teoría, por torpe y humillable que sea. Y sin teorías, no hay detective ingenuo. No hay Sherlock. No hay Poirot. No hay Marlowe. No hay policial. La historia de mi vida es una narrativa sin adjetivos, sin la comodidad entretenida del género. Larga y tediosa narrativa, como esta, no más.





4 comentarios:

  1. ¿a donde mira el mudo mientras espera?

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  2. extraordinario. mudo, pero extraordinario.

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  3. Este texto es brillante. El problema es si el mudo lo lee (en caso de que conserve la visión necesaria para hacerlo), si se entera que lo estás vigilando, si avisa a la Hermandad de Mudos para que te enmudezcan a vos también y las palabras te salgan tdsa rstoa cmom dicne lso cntiefocs ed mcsshutsea... RROHRO!!! ETSAN QUIA!!!!! RRCOE VKICY!!!! CROER!!!

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  4. 1: el mudo mira hacia donde viene el tránsito, que en esta esquina es de todos lados menos de donde vengo yo.

    2: pensé en la opción de la hermandad de mudos, por eso tomé mis recaudos, sobre los que no querría hablar ahora. baste decir que el mudo no sería mudo, la esquina no sería esquina, y -sobre todo- massachusetts al parecer, nunca fue massachusetts, ni para mí, ni para nadie. en cualquier caso, por favor, croer! croer!

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